Ir al contenido principal

Vaso medio lleno, siempre


Mi situación personal y profesional en esta etapa de confinamiento no es ni mejor ni peor que la de nadie. Podría quedarme con que hay días que echo de menos, con que hay días que me siento sola, con que hay días que me puede el estrés de querer llegar a todo y no doy más.

Pero como habéis estado leyendo estos días, me quedo con otras cosas. Con estar disfrutando de mi tiempo y de mis libros; de escribir y retomar este blog que tenía olvidado; de grabar vídeos de felicitación y procesiones de Semana Santa que nos han hecho reír muchísimo; de retomar bizcochos y probar recetas nuevas; de video-llamadas bonitas con las que te pones al día de casi todo… Hay tantas cosas maravillosas de las que podemos disfrutar. Y como leía no hace poco por redes, vamos a aprovechar estos días que cuando salgamos no vayamos a decir que se nos han quedado cosas en el tintero (que nos pasará, seguro).

Pues eso, que hoy solo me quería pasar por aquí para desearos que dentro de cada situación, veamos el vaso medio lleno. Yo no siempre lo he visto, pero me apunto a verlo así y a llenarlo cuando se ponga medio vacío. A ser alguien que da luz, no que la quita, a aportar, a ofrecer lo que sé hacer. Ahora mismo os ofrezco mis sentimientos en forma de escrito. Es lo que soy y lo que tengo, solo espero que estas letras unidas os den un poquito de paz, de compañía, de sosiego o de entretenimiento. Si lo consigo, ya tendrán su objetivo cumplido.

(Foto de Nihat)




Comentarios

  1. Brindo por tí, con tu vaso eternamente lleno, por tu voluntad y por todo lo que vaya por el camino 🤗

    ResponderEliminar
  2. Brindemos pues, por ese brindis que haremos cuando nos dejen. Mientras tanto nos seguiremos viendo por estos lares. Un abrazo enorme Truji. Gracias de corazón.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Unas capas más abajo, ahí es

Como si de una cebolla se tratara. Así creo que somos los humanos. Nos ponemos capas y más capas. La capa de quedar bien ante el qué dirán. La capa de lo que dicta la sociedad. La capa de mi propia autocensura cuando escribo, aunque esa vaya unida a la primera y a la segunda. ¿Cuántas capas tienes tú? Pues yo me estoy quitando. Poco a poco, claro, pero en el camino. Tampoco es que vaya a ponerme a andar desnuda, aunque me cuentan que el naturismo una vez lo empiezas no vuelves atrás. Quizá haya que probarlo. Las que sí me estoy quitando son las interiores. Como digo, muy poco a poco. Con mucho trabajo,   mucho esfuerzo y mucho tesón. Sangre, sudor y lágrimas que se dice también. Y mira, sangre no, pero sudor y lágrimas unas cuantas. Y no lo oculto, porque ningún proceso es fácil. Pero una vez que te vas quitando capas, sí que sientes esa liviandad. Y ya, igual que con el naturismo, no quieres volver atrás. Foto de Karolina Grabowska

No querer volver

Hoy recupero un texto que no es mío, es de María Robles, psicóloga co-directora de Essentia, Psicología y Bienestar, con el que no puedo sentirme más identificada. Resulta que yo -persona social y de calle donde las haya-   tras salir lo justo e imprescindible desde el pasado 14 de marzo, tras quedarme en casa en este confinamiento y pasar muchísimas horas conmigo misma o con mis hijos, no tengo ganas de volver. Y María lo explica a la perfección, como si hubiera entrado en mi cabecita. No quiero volver a lo de antes. A las prisas. Al hoy no puedo pararme. A la falta de aire. A ir corriendo a todos sitios y a pesar de ello no llegar. Por supuesto hay muchas cosas, y personas, ahí fuera que echo de menos. Por supuesto, me apunto a volver a sentir el tacto de la arena bajo mis pies. A sumergirme en el mar y sentir su frescor tras horas de sol. A viajar, conocer nuevas ciudades o volver a patearme las ya conocidas. Claro que sí. Pero por encima de todo me he propuesto se

En mi casa

En mi casa te encuentras purpurina en la toalla. Sí, me ha pasado hoy cuando me lavaba las manos al volver de la calle. Purpurina dorada.  En mi salón, además del mobiliario habitual, también tengo una cabaña. Bueno, realmente no es mía. Es el lugar favorito de mi pequeña. Donde se mete con sus rotus, sus muñecos y se esconde del mundo. ¿Quién no ha tenido un lugar así en su infancia? Mi casa a ratos es un pequeño (o gran) caos. Mientras la pequeña investiga cómo va a decorar su nuevo paquete de slime (no sucumbáis si no queréis moco pegajoso en cada silla del salón, por muchas advertencias que hagáis, o se quita de su altura o nada); el mayor (¿Cuándo ha sido que creciste tan rápido, hijo?) está manteniendo una conversación con sus amigos mientras me dice que es “la última”. ¿Os suena a las mamás de preadolescentes? En mi casa hay libros, música. Y luz. Y colores. Y sueños.  Y en esta etapa que hemos pasado y esperemos que se quede en pasado, no puedo más que dar gracias a la vi