Un cielo cubierto de nubes. Tejados. Antenas. Azoteas. Casas a medio
construir, obras que con esta paralización también se han quedado calladas.
Respiro.
Hoy huele a lluvia, a tierra mojada. A barrio. Escucho el pitido de un
coche. Es el panadero, fiel a su cita diaria. Pocos sonidos más hay por aquí.
Respiro. Y miro de nuevo.
Es mi tierra. Es mi gente. Son mis vecinas y vecinos, los menos. Sí, en
mi barrio salen las mujeres a aplaudir. María, Celia, las de más arriba que no
recuerdo cómo se llaman, pero que ayer, a falta de música con altavoces, se
pusieron a bailar, mascarilla mediante, en el tranco de la puerta con su móvil.
Pero hombres, hay pocos.
Vivo en un barrio tranquilo, donde casi nunca pasa nada. Donde habitualmente
por las mañanas hasta hay sitio para aparcar porque todos nos hemos ido a
trabajar. Ahora me asomo a la ventana (creo que nunca antes había hecho tanto
uso de ella) y la calle tiene una hilera de coches que se mueven solo cada
quince días.
Hoy hace frío, hay nubes, caen gotitas de fina lluvia. Salir a la azotea
apetece, pero con algo que echarte sobre los hombros. A falta de abrazos, buena
es una mantita.
Apuntad con tinta indeleble todos esos besos y abrazos pendientes. Ya queda
un día menos para poder darnos todo lo bonito que nos estamos guardando.
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