Ir al contenido principal

Bendita profesión




Hoy quiero hablar de una profesión, la de periodista. La mía. La de muchos amigos y compañeros. Donde como en todo, hay bueno y menos bueno. Pues eso.

En junio de este año se cumplen 10 años de aquel maravilloso junio de 2003, el año de nuestra graduación. Pensar en esas lágrimas que se nos escapaban porque no íbamos a vernos más. Y mira, en muchos casos gracias a las redes sociales sabemos más de nuestras vidas casi entonces.

En esta década de trabajo como periodista me quedo con lo bueno. Por supuesto también ha habido menos bueno… Precisamente ahora no es uno de los mejores momentos para los que amamos escribir, contar historias… Pero hay que seguir. Hace unos días hablaba con un amigo sobre ello. A muchos nos gusta estar en la calle, en el día a día de lo que pasa en nuestro ámbito más cercano. Creo que esa es la esencia del periodismo. Querer contar qué está pasando.

Cuando comienzas lo das todo, tu tiempo, tus ganas, tu ilusión… Y sueles ganar poco en lo económico, aunque en experiencias te llenas por completo. Poco a poco tu vida se va organizando y comienzan los primeros choques entre lo que le pides a la vida y lo que quieres de tu profesión. Y es que llega un día en que tienes que tener unos horarios…

En mi caso mi tipo de trabajo fue cambiando. De estar en primera fila en los medios pasé a los gabinetes de prensa. Horarios más controlados (sólo a veces), pero a cambio dejas de vivir la intensidad del periodismo. Esa que aún hoy sigo echando de menos. Esa adrenalina de cuando escuchas sirenas y tienes que dejar lo que estés haciendo para acudir a lo que haya ocurrido. Esos despertares en mitad de la madrugada porque ha sonado el móvil con un aviso de… Lo que sea. Hay que estar.

Bueno… Son etapas, como en todo. Esa fue una etapa en que estaba muy cansada pero que fue muy satisfactoria. Ahora estoy en otra. Complicada por días… Gratificante en otros. Pero como me quiero quedar con lo bueno, aunque lleve una semana algo regular, pues me quedo con lo bueno: que a pesar de la que está cayendo, aún puedo hacer mi trabajo, sí, con complementos… Pero sigo escribiendo, contando… Y caminando, que es lo importante!

Gracias a todos los que están a mi lado y siguen confiando en mi trabajo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Unas capas más abajo, ahí es

Como si de una cebolla se tratara. Así creo que somos los humanos. Nos ponemos capas y más capas. La capa de quedar bien ante el qué dirán. La capa de lo que dicta la sociedad. La capa de mi propia autocensura cuando escribo, aunque esa vaya unida a la primera y a la segunda. ¿Cuántas capas tienes tú? Pues yo me estoy quitando. Poco a poco, claro, pero en el camino. Tampoco es que vaya a ponerme a andar desnuda, aunque me cuentan que el naturismo una vez lo empiezas no vuelves atrás. Quizá haya que probarlo. Las que sí me estoy quitando son las interiores. Como digo, muy poco a poco. Con mucho trabajo,   mucho esfuerzo y mucho tesón. Sangre, sudor y lágrimas que se dice también. Y mira, sangre no, pero sudor y lágrimas unas cuantas. Y no lo oculto, porque ningún proceso es fácil. Pero una vez que te vas quitando capas, sí que sientes esa liviandad. Y ya, igual que con el naturismo, no quieres volver atrás. Foto de Karolina Grabowska

No querer volver

Hoy recupero un texto que no es mío, es de María Robles, psicóloga co-directora de Essentia, Psicología y Bienestar, con el que no puedo sentirme más identificada. Resulta que yo -persona social y de calle donde las haya-   tras salir lo justo e imprescindible desde el pasado 14 de marzo, tras quedarme en casa en este confinamiento y pasar muchísimas horas conmigo misma o con mis hijos, no tengo ganas de volver. Y María lo explica a la perfección, como si hubiera entrado en mi cabecita. No quiero volver a lo de antes. A las prisas. Al hoy no puedo pararme. A la falta de aire. A ir corriendo a todos sitios y a pesar de ello no llegar. Por supuesto hay muchas cosas, y personas, ahí fuera que echo de menos. Por supuesto, me apunto a volver a sentir el tacto de la arena bajo mis pies. A sumergirme en el mar y sentir su frescor tras horas de sol. A viajar, conocer nuevas ciudades o volver a patearme las ya conocidas. Claro que sí. Pero por encima de todo me he propuesto se

En mi casa

En mi casa te encuentras purpurina en la toalla. Sí, me ha pasado hoy cuando me lavaba las manos al volver de la calle. Purpurina dorada.  En mi salón, además del mobiliario habitual, también tengo una cabaña. Bueno, realmente no es mía. Es el lugar favorito de mi pequeña. Donde se mete con sus rotus, sus muñecos y se esconde del mundo. ¿Quién no ha tenido un lugar así en su infancia? Mi casa a ratos es un pequeño (o gran) caos. Mientras la pequeña investiga cómo va a decorar su nuevo paquete de slime (no sucumbáis si no queréis moco pegajoso en cada silla del salón, por muchas advertencias que hagáis, o se quita de su altura o nada); el mayor (¿Cuándo ha sido que creciste tan rápido, hijo?) está manteniendo una conversación con sus amigos mientras me dice que es “la última”. ¿Os suena a las mamás de preadolescentes? En mi casa hay libros, música. Y luz. Y colores. Y sueños.  Y en esta etapa que hemos pasado y esperemos que se quede en pasado, no puedo más que dar gracias a la vi