Ir al contenido principal

Un día de media... Marathón



Domingo por la mañana. Motril debería estar casi desierta, pero hoy no. Hoy es un gran día para mucha gente. Se celebra la XXIX edición de la Media Marathón Internacional Ciudad de Motril. Lo dicho, un gran día. 

Que una prueba deportiva congregue a más de un millar de corredores es algo muy satisfactorio. Que además todos los participantes se vayan con un buen sabor de boca, más. Y poder formar parte de este evento que año tras año se convierte en un día especial para los motrileños, aún más. 

Ir por la calle a las nueve de la mañana y ver que ya hay un gran número de personas trabajando para que todo salga a las mil maravillas es espléndido. Y que a cada paso que das haya un hola, un buenos días... Pues me hace sentir muy bien.

Ha sido un día de intenso trabajo, 1.500 fotos y un trayecto en un vehículo Renault Twizy han dado para muchas anécdotas, pero me quedo con las sensaciones. Esa de ser una más de una prueba en la que nunca he participado como corredora pero en la que cada año se vuelven a ver los mismos deportistas deseosos de hacer un mejor tiempo en su media.

Este día, y el 15 de agosto, son dos jornadas, entre otras muchas de una ciudad que respira deporte por los cuatro costados y que reúne a la familia del deporte. Y este año no hemos podido disfrutar de la segunda Travesía a Nado más antigua de España, la del Puerto de Motril, debido a la acumulación de medusas, así que a los sentimentales de los grandes actos deportivos nos ha encantado poder seguir disfrutando del día de hoy.

Desde aquí un gran reconocimiento a todos los participantes (hayan pasado por meta o no, hayan mejorado sus tiempos o no, el simple hecho de hacer esta prueba es ya meritorio). Y también a la organización y por supuesto a los voluntarios. Para terminar, a todos mis compañeros de los medios de comunicación que siguen haciendo más grande ésta y tantas otras tantas citas.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Unas capas más abajo, ahí es

Como si de una cebolla se tratara. Así creo que somos los humanos. Nos ponemos capas y más capas. La capa de quedar bien ante el qué dirán. La capa de lo que dicta la sociedad. La capa de mi propia autocensura cuando escribo, aunque esa vaya unida a la primera y a la segunda. ¿Cuántas capas tienes tú? Pues yo me estoy quitando. Poco a poco, claro, pero en el camino. Tampoco es que vaya a ponerme a andar desnuda, aunque me cuentan que el naturismo una vez lo empiezas no vuelves atrás. Quizá haya que probarlo. Las que sí me estoy quitando son las interiores. Como digo, muy poco a poco. Con mucho trabajo,   mucho esfuerzo y mucho tesón. Sangre, sudor y lágrimas que se dice también. Y mira, sangre no, pero sudor y lágrimas unas cuantas. Y no lo oculto, porque ningún proceso es fácil. Pero una vez que te vas quitando capas, sí que sientes esa liviandad. Y ya, igual que con el naturismo, no quieres volver atrás. Foto de Karolina Grabowska

No querer volver

Hoy recupero un texto que no es mío, es de María Robles, psicóloga co-directora de Essentia, Psicología y Bienestar, con el que no puedo sentirme más identificada. Resulta que yo -persona social y de calle donde las haya-   tras salir lo justo e imprescindible desde el pasado 14 de marzo, tras quedarme en casa en este confinamiento y pasar muchísimas horas conmigo misma o con mis hijos, no tengo ganas de volver. Y María lo explica a la perfección, como si hubiera entrado en mi cabecita. No quiero volver a lo de antes. A las prisas. Al hoy no puedo pararme. A la falta de aire. A ir corriendo a todos sitios y a pesar de ello no llegar. Por supuesto hay muchas cosas, y personas, ahí fuera que echo de menos. Por supuesto, me apunto a volver a sentir el tacto de la arena bajo mis pies. A sumergirme en el mar y sentir su frescor tras horas de sol. A viajar, conocer nuevas ciudades o volver a patearme las ya conocidas. Claro que sí. Pero por encima de todo me he propuesto se

En mi casa

En mi casa te encuentras purpurina en la toalla. Sí, me ha pasado hoy cuando me lavaba las manos al volver de la calle. Purpurina dorada.  En mi salón, además del mobiliario habitual, también tengo una cabaña. Bueno, realmente no es mía. Es el lugar favorito de mi pequeña. Donde se mete con sus rotus, sus muñecos y se esconde del mundo. ¿Quién no ha tenido un lugar así en su infancia? Mi casa a ratos es un pequeño (o gran) caos. Mientras la pequeña investiga cómo va a decorar su nuevo paquete de slime (no sucumbáis si no queréis moco pegajoso en cada silla del salón, por muchas advertencias que hagáis, o se quita de su altura o nada); el mayor (¿Cuándo ha sido que creciste tan rápido, hijo?) está manteniendo una conversación con sus amigos mientras me dice que es “la última”. ¿Os suena a las mamás de preadolescentes? En mi casa hay libros, música. Y luz. Y colores. Y sueños.  Y en esta etapa que hemos pasado y esperemos que se quede en pasado, no puedo más que dar gracias a la vi